AndaluciaSteve (ES)

 

¿Por qué no está todo el mundo teletrabajando desde España?

La última milla, a toda pastilla

¿Por qué no está todo el mundo teletrabajando desde España?

Compré un cacharro nuevo esta semana que me hizo pensar en lo mucho que han cambiado las cosas. Resumiendo: a principios de año escribí sobre prepararme para el Armagedón y caí en que había algo que necesitaba una reforma a fondo: mi “red doméstica”, esa colección creciente de tabletas, teléfonos, ordenadores y las mil formas en que se conectan a Internet. Llevo tiempo buscando maneras de hacer todo el conjunto más robusto y, a la vez, menos tragón de energía.

Cuando El apagón —el gran corte eléctrico— nos pilló en España a principios de año, aprendí mucho sobre lo que pasa durante un periodo largo sin electricidad. En esas 17 horas me di cuenta de algo: mi ISP local cayó antes que Internet en el móvil. No sé al 100% por qué, pero supongo que mi proveedor local tiene menos respaldo de energía de emergencia. Le estuve dando vueltas los meses siguientes y, cuanto más pensaba, más claro veía que había infravalorado mi conexión local como punto único de fallo. Vivo en un pueblecito bastante aislado de la Sierra de Cádiz. Siempre he sospechado que buena parte de la conectividad de entrada y salida del pueblo llega por enlaces de microondas de línea de vista, porque suele empeorar con mal tiempo, sobre todo con tormentas y nubes bajas. El suministro eléctrico del pueblo ya va en el alambre en el mejor de los casos: yo mismo uso dos SAI (sistemas de alimentación ininterrumpida) para mantener la red en pie, porque estoy acostumbrado a que salten los plomos en mitad de una partida de póker. Así que perder Internet por un corte de luz es algo que siempre puede pasar. Luego están las inundaciones, el terrorismo, los meteoritos… vale, ahí ya me agarro a un clavo ardiendo, pero se entiende la idea: cuanto más lo pensaba, más evidente era que tener un plan B para conectar mi red a Internet tenía todo el sentido.

Me puse a investigar soluciones. Podría haber convertido el smartphone en punto de acceso, pero el teléfono es aún más importante en una emergencia y no quería tenerlo secuestrado haciendo de router. Después de muchas pesquisas con mis amigos Claude, Grok y ChatGPT, llegué a una solución: comprar un segundo router Wi-Fi con opción de conmutación por fallo (failover). Funciona así. El router de mi ISP se conecta a este segundo router, de modo que todo mi tráfico pasa por él. Uso el nuevo tanto para Wi-Fi como para cable. Si la conexión del ISP se cae, el router establece un enlace 4G a través de la red móvil. En menos de 60 segundos vuelvo a estar en línea. Es como magia. Tuve que conseguir una SIM nueva para el router, pero busqué y encontré una tarjeta prepago sin contrato. Solo tengo que ponerle 10 euros cada seis meses para mantenerla “viva”. En condiciones normales la SIM está en reposo y solo se conecta en caso de emergencia.

Después de montar todo, muy ufano de mí, vi en la caja que el router presume de 300 Mbps. ¿Por 4G? Pensé que era un error, pero al parecer gracias a algo llamado agregación de portadoras (carrier aggregation), en condiciones ideales el cacharro puede combinar varias bandas móviles y hacer “una grande” (si no hay demasiada gente conectada). Y eso fue lo que me disparó la reflexión sobre mi trayectoria como usuario de Internet en España.

A finales de los 90, cuando empecé a plantearme mudarme a Europa, España era uno de varios países en la lista. La conectividad era clave, porque iba a trabajar en remoto para mi empresa en Inglaterra. En la investigación me topé con un artículo que hablaba en términos gloriosos del despliegue de banda ancha en la península ibérica y de cómo el país “iba en cabeza” como líder europeo en alta velocidad. Debía de ser un artículo de autobombo de Movistar o similar, porque cuando por fin llegué, la realidad era bastante distinta.

La casa que compré en Murcia estaba a menos de tres kilómetros del pueblo. Tenía luz y agua potable, así que lo de Internet sería cuestión de tender una línea telefónica, ¿no? ¡Ay, qué equivocado estaba! Contacté con la compañía, que dijo que encantados… si pagaba varios miles de libras para instalar postes telefónicos. Otro problema: una buena colina detrás de la casa hacía imposible la conexión de línea de vista. Estaba bien fastidiado. Caveat emptor (que el comprador se cuide). (Años más tarde conocí a alguien más listo que yo que hizo que su abogado metiera una cláusula en la compraventa —el contrato previo que fija las condiciones— para que la operación no siguiera adelante si no había banda ancha disponible en la vivienda.)

Como necesitaba conectarme por trabajo, hablé con el dueño de un ciber local y negocié una tarifa preferente, ya que me pasaba allí cinco mañanas a la semana con el portátil. La encargada era una fumadora empedernida. Volvía a casa apestando a tabaco y tosiendo como un beagle de laboratorio, así que necesitaba una alternativa práctica.

En el pueblo había una tienda de Vodafone y, aunque los móviles entonces estaban más pensados para llamar, ofrecían una tarjeta nueva con tarifa de datos. Era cara, así que tocaba racionar la conexión: como en los primeros tiempos de CompuServe, usando un lector fuera de línea para iniciar sesión, descargar mensajes y salir rápido para minimizar costes. Me di de alta y, como condición, tenía que tener también una SIM “normal” para el teléfono. Aquí vino lo que me perjudicó. La mujer me dio la SIM del teléfono y dijo que la tarjeta de datos llegaría la semana siguiente. Entre mi español de colegio y sus explicaciones, entendí que podía usar esa SIM para conectarme a Internet hasta que llegara la de datos. Aquel fin de semana hice un par de incursiones en Hotmail y Google, nada del otro mundo, y la semana siguiente ya cambié a la de datos. Al final de mes llegó una factura de 400 euros. Fui a protestar a la tienda, diciendo que me habían dicho que podía usar la otra tarjeta; ella se encogió de hombros: “La usaste, ¿no? Pues funcionó”. Escribí reclamaciones, cartas a oficinas regionales y nacionales, envié faxes cuando me los pedían… y jamás conseguí el reembolso.

Tras un año peleando con la solución de la SIM —que funcionaba cuando era la correcta—, un vecino español me ayudó a atravesar el campo de minas burocrático del proceso de alta de Telefónica para conseguir una “línea fija” por radio. La velocidad era ridícula, pero al menos estaba siempre conectada y sin el contador de minutos de la SIM. Así estuve uno o dos años, hasta que un par de ingleses espabilados del pueblo pensaron lo mismo que muchos en el campo: hacía falta banda ancha. Montaron una empresa inalámbrica. No soy de hardware sino de software, así que muchos detalles se me escapan, pero por lo que entendí agregaban varias conexiones residenciales del cable local, las rebotaban por el pueblo y las llevaban a las casas del entorno. Si, como en mi caso, no había línea de vista, orientaban las antenas de otros clientes para compartir la señal. Como fuera que lo hicieran, funcionaba y por fin, cuatro años después de llegar, tuve una conexión rápida en España.

Cuando me mudé a otro pueblecito de Andalucía, la mayoría usaba sistemas inalámbricos parecidos porque eran baratos —subvencionados por el ayuntamiento, por la Junta o por ambos—. Eran bastante malos a ciertas horas: al llegar los niños del cole, las velocidades se arrastraban. El soporte cerraba el viernes por la tarde, y si la línea caía —que caía a menudo— no había nadie hasta el lunes. Con el tiempo aparecieron nuevos operadores ofreciendo fibra hasta el hogar. Teniendo en cuenta lo remotos que estamos, me parece de nota. Un amigo de Portland (Oregón) con casa aquí me decía que lo que tenemos en España es más rápido y más barato que lo que tiene allí. Yo pago 20 euros al mes y, en un buen día, la fibra me mide 600 Mbps. Mi ISP tiene una tarifa superior: por cinco euros más al mes, promete el doble.

Y todo esto me hace pensar: ¿por qué demonios no se está viniendo todo el mundo con un visado de nómada digital a trabajar desde España? Veo muchas publicaciones en redes, sobre todo en TikTok, de estadounidenses que se han mudado —o están pensando mudarse— a Barcelona y se quejan del precio de la vivienda. Pues aquí va el apunte: hay muchos otros sitios con gangas inmobiliarias. Hay pueblos enteros a precio de risa en algunas regiones por la despoblación rural y, ahora, con Starlink en la ecuación dando cobertura de banda ancha en todo el país, ya casi no hay lugar en España donde tengas que pasar por el via crucis que pasé yo para conseguir una buena conexión.

https://es.andaluciasteve.com/¿por-qué-no-está-todo-el-mundo-teletrabajando-desde-españa.aspx